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Cuatro sillas para tres – Método y demencia

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Hacía mucho tiempo que quería escribir esta entrada, pero fracasaba en cada intento porque me costaba encontrar el tono. La razón era que quería hablar sobre técnica literaria, dramaturgia y creatividad pero, a decir verdad, me resulta absolutamente imposible disociar todo ese proceso de mi experiencia personal en el momento de escribir “Cuatro sillas para tres”. Tampoco os voy a contar mi vida, pero así me va a resulta más claro, más real y, quién sabe, quizá más divertido. No pretendo tampoco dar lecciones a nadie, me salió como me podría no haber salido. Pero me apetecía compartir lo que creo haber aprendido.

0.- Objetivo y requisitos

Como ya comenté, la iniciativa nació de la Sección de Participación Ciudadana de Gobierno de Navarra. Más bien de rebote, Javier Asín contactó conmigo para encargarme un texto con una finalidad clara: utilizar el teatro para impulsar la participación ciudadana, generar reflexión y debate.

Una obra así, por lo tanto, había que entenderla como un proyecto. Esto no consistía en dejar volar la imaginación y tocar los temas por los pelos. Había que entrar a fondo en el tema.

Además, aunque se disponía de un presupuesto razonable para la ejecución, había que ser cauto. El director de la obra, Óscar Orzáiz, ya estaba al cargo de la producción y tenía mucho que decir respecto a lo que se podía y no se podía hacer.

En una primera reunión con ambos anoté una serie de requisitos que tendría que cumplir mi texto. Sobre todo para los que escribís, atención a lo que me pedían:

  • Desde el punto de vista de los técnicos de Gobierno de Navarra:
    • No perder el foco en que el objetivo principal era fomentar la participación ciudadana.
    • Que fuera asequible para todo el mundo. Salvo el público infantil, cualquier persona de cualquier edad y nivel cultural era público objetivo.
    • Evitar un tono excesivamente dramático.
    • Tener en cuenta, como valor añadido, aspectos de desigualdad, género, inmigración, exclusión social…
  • Desde el punto de vista de la producción teatral:
    • La duración debía de rondar los 20-30 minutos.
    • El texto no debía de ser particularmente restrictivo en cuanto a edad y género de los personajes, para que facilitara encontrar actores y actrices.
    • Requerir elementos de tramoya o medios técnicos muy muy básicos (aunque en esto, la dirección de escena tiene muchísimo que decir, el texto no podía forzar demasiado).
    • Que pueda representarse en diversos lugares. Teatros y salas de cultura, pero también al aire libre, en un hall amplio… En lugares que existan en cualquier pueblo.
    • Evitar juegos de palabras que pudieran complicar su traducción al euskera (de hecho, se tradujo y se representó en ambos idiomas).

A mí aquello me parecía un reto enorme. Hablar de un tema del que, esencialmente, no tenía ni idea, con un montón de condicionantes como esos y en una época de mi vida en la que no me sobraba para nada el tiempo.

Pero es que era volver a escribir teatro…

1.- Preparación

Disculpadme un poco de contexto sobre mi vida entonces. Un 10 de octubre me planteaban el proyecto y dos semanas después ya estaba el compromiso firmado. A los dos meses, el 15 de diciembre, tenía que presentar un resultado completo. Tal vez no definitivo, abierto a que pudiera modificarse en colaboración con el resto de los implicados, pero con el que se pudiera trabajar. Todo porque dos meses después, hacia el 15 de febrero, tenía que representarse. Como así fue.

En aquel momento yo estaba trabajando bastante fuerte por las mañanas, me iba a visitar a mi hermana a Jordania y, en cuanto volviera, empezaba a dar dos días por semana de un curso de ciberseguridad de 3h por sesión. Es decir, tenía que prepararme 6 horas de clase cada semana partiendo de cero. La única “ventaja” que tenía era que justo la semana previa a la entrega tenía vacaciones y nadie con quien compartirlas.

Aunque esto me parece de lo menos sorprendente que tengo que decir, creo que es fundamental mencionar que lo que vino después hubiera sido imposible de no ser por esta fase. Viví aquellas semanas con muchísima presión, leyendo documentación y preguntando a colegas “de la movidilla” sobre participación ciudadana, pensando y tomando notas en cualquier lugar y de cualquier manera, lo mismo en la piscina que en los bares de madrugada.

Tomaba muchas notas pero “la idea” no llegaba. Empezaba a agobiarme seriamente. Los días pasaron y se acercaba el “puente foral”. Eso significaba que tendría 9 días para escribir. Pero ya sin margen de maniobra. A la vuelta, tenía que presentar el texto sí o sí.

Cuando mi madre me preguntaba de qué iba la obra, solo podía contestarle con un sincero pero intranquilo “aún no lo sé”.

Decidí irme a algún sitio más bien aislado en el que pudiera escribir sin distracciones. Pero también necesitaba unas vacaciones de verdad, de hacer cosas chulas. Aposté por Madeira en diciembre. El clima es amable, se come rico, no es caro, podría bucear… Escogí un AirBnB casi exclusivamente porque tuviera las mejores condiciones como “estudio de trabajo”.

Sí… me llevé hasta teclado, ratón y atril de casa.

2.- Boceto y macroestructura

Lo único que tenía claro desde casi el principio es que, si algo puede hacer el teatro respecto a otros artes, es que está plenamente vivo. Es capaz de proporcionar una experiencia inmersiva. Y estábamos hablando de participación, carajo. Decidí que la obra sólo se podría resolver “de manera satisfactoria” si el público se involucraba.

Así que, si partíamos de la estructura más básica de introducción-nudo-desenlace:

Habría que añadirle un punto de giro al final del tercer acto. Un desafío al público: “¿colaboráis con nosotros?”. Dependiendo del público el resultado sería uno u otro.

Para hacerlo un poco más sencillo, igual era interesante empezar por el final malo y que el restos de la obra fuera un flashback desde ese punto hasta el momento del desafío.

Adicionalmente, decidí que había determinadas historias, relatos que había ido recopilando y que se podían contar fuera del hilo principal. Más que nada para introducir temas, generar debate… cumplir con algunos de los requisitos dados y que me encajaban con las notas que había ido tomando. Así que ya tenía clarísima la macroestructura. Algo como esto:

Una vuelta por Ribeira Brava y su puerto, recorrer alguna levada, compra en el mercado para no verme obligado a salir de casa y, sin darme cuenta, ya habían pasado dos días. Sin una sola página escrita.

Muy bien, hijo, ¿pero de qué va la obra?
– Mira, eh… Déjame tranquilo.

3.- Desesperación, Caos y Fe

El lunes estaba ya ralladísimo. No conseguía dar forma a todas mis notas. No era capaz de ponerme a escribir una línea. No tenía personajes, no tenía un conflicto, no tenía un escenario, no tenía un punto de partida, no tenía nada que enseñar. Solo un montón de notas y reflexiones sobre un tema ajeno a mí, como es la participación ciudadana y una estructura básica.

Se le puede llamar desesperación, supongo, pero esa tarde tomé una decisión fundamental a la que llamo “el salto de fe”.

Sólo en el salto de la cabeza del león demostrará su valía

Yo había trabajado en cursos de dramaturgia con Sanchis Sinisterra mediante microestructuras de escenas. Partir de personajes y situaciones como incógnitas y que se cumplieran ciertos criterios de coherencia. Era algo que había ensayado, además, en talleres de escritura de colegas y con bastante buen resultado (lo conté hace ya mucho tiempo).

Así que dediqué la tarde a construirme una “microestructura” completa para toda la obra. Detalle cada tipo de acción y de parlamento entre tres personajes a los que llamé A, B y C y de los que no sabía absolutamente nada. Ni quienes eran, ni qué les ocurría, ni que relación había entre ellos. De alguna manera, podríamos decir, me construí un “ejercicio literario” que luego pudiera resolver por mí mismo.

Me la estaba jugando pero no estoy tan loco. Tengo una fe inquebrantable esos principios sobre la estructura y la coherencia. No hacía falta inventar la rueda, solo algo que rodara.

Además, tenía ciertas intuiciones:

  • Si trabajaba primero la estructura, conseguiría que las reacciones de los personajes fueran menos obvias, menos lógica acción-reacción directa. Podría conseguir evitar que la cabeza me empujara hacia las opciones más evidentes, las más razonables, las que menos aportan.
  • Es más fácil que haya sentidos ocultos, sorpresas y cohesiones internas entre momentos alejados del texto.
  • Evitaría que el “encariñamiento” con algún personaje o el desprecio por otro me lastrara, me hiciera injusto con ellos.
  • Me parecía la forma de cumplir con un aspecto al que llamo “principio de la pandereta”: Algo tiene que estar desencajado para que haya vibración. Algo tiene que ser sólido para que sea manejable.

El resultado, tenía esta pinta:

O, más bien, esta otra:

Para el final de la tarde, ya tenía todos los post-its que asociaban la micro y la macroestructura bien pegados en la pared frente al ordenador.

Si me servía, estupendo. Si no me servía, me habría quedado sin tiempo y el marrón sería cósmico.

Esa noche todavía me dio tiempo a hacer una cosa más. El giro final, quería que se resolviera mediante acciones del público, no palabras. Necesitaba algo visual y, a poder ser, divertido, chocante, casi magia. Me puse a buscar “trucos para hacer en grupo” por youtube. Le dediqué un par de horas. Me gustaron bastante unos pocos. Me fui a dormir.

Si alguien me hubiera preguntado en ese momento de qué iba la obra creo que me hubiera echado a llorar.

4.- Emergencia

A la mañana siguiente iba a hacer un par de inmersiones. Como soy medio idiota no me había cambiado de hora el reloj y como tampoco controlaba los tiempos de trayecto, me presenté en el centro de buceo noventa minutos antes de lo acordado. Me fui a tomar un café y, de pronto, empezaron a surgir ideas como de la nada. En las horas que pasaron después, entre las dos inmersiones y la comida, la sensación que tuve es que toda la obra estaba brotando por piezas y, lo que es más loco, como si cada una estuviera encontrando inmediatamente su lugar.

Os juro que lo viví así:

Debería empezar en 1min 40 segundos…

Para cuando llegué a casa el martes por la tarde, sabía quiénes eran mis personajes, sus personalidades, sus intereses; cuál era la situación de partida, el conflicto, cómo se iba a resolver. Lo sabía prácticamente todo.

Solo me quedaba pedalear.

Por supuesto, el pedaleo fue algo más duro de lo que parecía en un primer momento. Pero aún así, fue extraordinariamente eficaz comparado con mi experiencia previa. Escribí el texto completo (definitivo al 95%), de alrededor de 30 páginas, en poco más de 48 horas. Nunca había hecho algo así. Evidentemente, no sería honesto decir que escribí una obra en dos días, todo el trabajo previo estaba actuando. Pero sí es correcto decir que ejecuté la fase escritura de la obra en ese tiempo.

Por supuesto que no era una obra maestra pero creía en ella, en que funcionaría para lo que me habían encargado.

¿Que de qué va la obra, Amá? Pues de esto:

5.- Está vivo

El resto de la historia ya se sale de lo que quería comentar en esta entrada. El equipo encargado de llevarla a cabo hizo un trabajo excepcional. Me ayudaron mucho a limar el texto con sus ensayos y, como debe de ser, después de tantos pases la hicieron completamente suya. Con las muchas veces que la acabé viendo, diría que mejoró claramente con el tiempo. Cada vez jugaban más, parecían divertirse más y, con ellos, el público.

Una cosa que me resultó particularmente satisfactoria es que a lo largo de todo el tiempo que estuvo circulando, dos de los actores tuvieron una niña BONITÍSIMA.

Pues bien, ¿os habéis fijado que los personajes no tienen género ni edad? Efectivamente. Hubo sustituciones e incluso intercambios papeles, sin tener en cuenta el sexo de los intérpretes. Todo funcionaba exactamente igual.

Es una de las grandes lecciones que me llevo de esta experiencia: es perfectamente posible escribir personajes “liberados” de género.

Para que funcionen, basta con que sean humanos.


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